Los hijos
No había tenido tiempo de escribir en el blog desde hace un largo mes.
Un desfile de mocos, diarreas, tareas, manualidades varias, botones rotos, muñecos perdidos, marido escapato en viaje de trabajo y demás, me han mantenido muy ocupada y lo suficientemente exhausta para que, al cerrar sus ojitos mis devoradores de energía, no quisiera hacer nada productivo.
Pero esta semana las cosas están más tranquilas y aprovecho para escribir antes de que sea demasiado tarde, nunca se sabe qué as bajo la manga traen escondido mis dos niños para engullirme nuevamente en la vorágine de sus excéntricas necesidades.
Muchos seguro estarán pensando ¡Pobre mujer! ¡Qué horror! ¡Qué difícil es tener hijos! Una amiga mía suele bromear diciendo que soy como un anticonceptivo oral, porque después de escucharme se te quitan las ganas de tener hijos. Pero la verdad es que, bromas y sarcasmos aparte, adoro a mis hijos y no me imagino la vida sin ellos. Cada vez que mi cerebro quiere jugarme malas pasadas con tristezas, recuerdos, anhelos pendejos y otras enfermedades, pienso en ellos y la alegría me viene en automático. Todo lo demás pasa a segundo plano.
Poner una sonrisa en sus mocosas caritas, llenas de ese quién-sabe-qué pegajoso que siempre embarran en mi ropa, me impulsa cada día a dar más. Y todo los esfuerzos valen la pena.
Dicho esto, quiero aclarar que no pienso de ninguna manera que tener hijos sea la única manera de realizarse como persona y tampoco siento que, de no haberlos tenido, mi vida sería miserable. Creo que el éxito, el amor y la felicidad no deberían medirse con estándares tan cortos ni mucho menos tan limitados.
¿Por qué dentro de los millones y millones de personas que poblamos este mundo, todos tenemos que aspirar a lo mismo?
Si mi vida hubiera ido por otros caminos, habría estado bien. Hay tantos modelos de vida posibles que me asombra cómo caemos constantemente en perseguir el esquema de: mucho dinero + pareja estable + trabajo de prestigio + hijos = éxito en la vida.
El éxito puede ser muchas cosas y creo que se puede ser genuinamente feliz con un esquema diferente.
Tener hijos es maravilloso, pero no tenerlos me imagino que también. Yo me acuerdo que me la pasaba bien, antes de ellos. Y ahora mi mundo es muy grande y ya no puedo (ni quiero) meterlo en un cajón diferente, pero sigo pensando y defendiendo que tenemos que decidir nuestras vidas en función de nosotros mismos, no de lo que la sociedad espera.
De hecho, de mí creo que se esperaba que nunca me casara, que nunca tuviera hijos y que fuera la tía fiestera y dicharachera que “ah, qué bárbara, qué historias cuenta”. Y me salí del guión, porque ese tampoco lo había escrito yo, entrando en el esquema, pero por gusto y luego me volví a salir. Porque ¿qué más da lo que estén haciendo los demás? ¿Por qué mi felicidad se tiene que ver igual a la tuya?
Mi hija de 6 años el otro día me preguntaba “¿mamá, tú quieres tener nietos?” Pasado el shock inicial de recibir semejante pregunta de una niña tan pequeña, le respondí, “solo si tú quieres tener hijos, mi amor”. Ella, insistió. “Pero ¿tú quieres nietos?” “Si eso te hace feliz, sí, seré una abuela feliz. Si no, no es a fuerza”.
La pobre se desesperaba porque quería que yo le dijera lo que espero de ella a nivel reproductivo, pero es algo que no pienso hacer. Si de mí depende, esa decisión la tomará sin presión.
Si quiere tener un coche grande, que lo tenga. Si prefiere andar en bici, adelante. Si desea tener hijos pero no quiere boda, que lo haga. Si quiere casarse y, sin embargo, jamás convertirse en madre, está en todo su derecho. Y si al final decide que prefiere sola que mal acompañada, apoyaré y defenderé esa decisión a capa y espada.
Y si, como su madre, elige tener hijos para amarlos, mimarlos, dejarse la piel en cuidarlos y luego abrir un blog para quejarse de ellos todo el tiempo, pues también está muy bien.
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