CRÓNICAS: El virus contraataca
Si el 2020 fuera producto de la mente afiebrada de George Lucas, el verano en Europa habría sido un bonito film en donde en una Galaxia muy, muy lejana, la humanidad estaba siendo sometida por una fuerza que, aunque invisible, nos tenía a todos subyugados.
El malo de la película se habría llamado C-Vader, Lord Virus o alguna combinación similar y habría llevado una máscara con filtro triple F, emitiendo sonidos de respiración fatigosa para amedrentarnos más. Entonces, los humanos rebeldes se habrían inventado unas bonitas medidas de distanciamiento social, con anticuadas pero efectivas armas como la mascarilla desechable y el gel antibacterial, mermando así su hambre de destrucción.
Sin embargo… oh-sin-embargo… estamos ante una saga y al parecer ahora mismo nos estamos acomodando en nuestros asientos para ver la terrible, devastadora secuela, de la segunda ola.
Por el momento, y así sin más, el día de ayer hubo más de setecientos muertos en Italia. Los restaurantes han vuelto a cerrar por decreto ley; pueden trabajar para vender comida para llevar y hacer entregas a domicilio, nada más. No se puede salir del propio Comune (para más información sobre Il Comune italiano, pinche aquí), a menos que sea por motivos de trabajo y, en ese caso, se debe de llevar a la mano una autocertificación, es decir, un documento donde tú declaras, juras y perjuras, que te estás moviendo de un comune a otro por motivos de trabajo, de salud, o de emergencia. Y ya sé que muchos dirán “Ah, ¿qué chiste? ¿un papelito donde das tu palabra y ya?”, pero no subestimemos el músculo de la ley en Italia, el país de las multas y las sanciones. Si mientes en tu autocertificazione es probable que tarde o temprano lo acabes pagando. ¿Cómo lo hacen? No tengo ni idea, ni pienso averiguarlo. Los ciudadanos hemos sido tan brutalmente multados en ocasiones de otras índoles que ni siquiera nos atrevemos a intentarlo.
Las escuelas para niños menores de 14 años siguen funcionando. Por ahora. El resto se tiene que conformar con educación a distancia. Esto es así porque en Italia está prohibido dejar solos, aunque sea en su domicilio o en el coche por un momentito, a niños menores de 14 años. No se puede. Y si no se puede y no hay escuelas, pues entonces los papás se verían obligados a estar también en casa mientras ellos hacen educación a distancia. Por esa razón, su servidora, con hijos de tres y ocho años por el momento todavía goza del privilegio de que sus hijos vayan a la escuela. A menos que un compañerito de escuela resulte positivo, porque entonces se tienen que quedar en casa diez días en lo que les hacen un test o se descarta la presencia de síntomas.
Es fascinante cómo nuestra vida está ahora colmada de pequeñas reglas, incisos, decretos y obligaciones nuevas. Es como jugar al Bamboozled. O a un Tetris en el que cada pieza es una particularidad ocasionada por la existencia del virus, la cual tenemos que saber acomodar en nuestro día a día para seguir funcionando.
Esperemos que el director escénico de este escabroso año se dé un poquito más de prisa que George Lucas y no se tarde tres años en traernos “El regreso de la normalidad”. Y que luego ya se deje de estupideces —o Disney lo despida— y no nos venga con más amenazas fantasma ni vainas innecesarias por el estilo.
Y dado que la cuenta regresiva para Navidad ha empezado, ya me estoy haciendo a la idea de que no podremos ir ni a México ni a España a celebrarla. A lo mejor buscamos una cabaña en el bosque para encender la chimenea y cantarnos villancicos alrededor del fuego los unos a los otros, porque tampoco está permitido hacer reuniones con amigos. Una bucólica estampa navideña, abrazados los cuatro, abriendo regalos y muchas, MUCHAS, botellas de vino.
A menos que al equipo creativo del 2020 se le ocurra darle un giro absurdo a esta historia, en plan Navidad sangrienta en el bosque encantado, y nos acabe de arruinar el numerito.
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Lloro y río al mismo tiempo!!!
Me encantas Aldonza!!
Se te extrañaba!!! Me sentarte y esperare a leer tus siguientes crónicas. Saludos.