Estamos de vacaciones en España, con el plus de que las primeras dos semanas en Zaragoza contaron con la aparición estelar de un #miesposo completamente desconectado del trabajo y entregado al arte de divertirse en familia. Vacaciones, descanso, algarabía, amigos, reencuentros.
Para mí, sin embargo, la experiencia ha sido un poco diferente. Al ser freelance a tiempo parcial y mamá a tiempo completo, no existe la posibilidad de hacer una desconexión total. Mis dos principales jefes vinieron conmigo y no se les olvida la función que mamá desempeña en sus vidas. Podría decir “es que esto para mí no son del todo vacaciones”, pero sería una mentira. Porque aunque sigo de arriba para abajo intentando llevar a cabo mi labor de madre y esposa con gracia y disposición, estoy disfrutando muchísimo los matices en mi rutina diaria que nos están regalando estas vacaciones.
Para empezar, están ellos: los suegros, los papás o los yayos, según quién los mire, a los que no habíamos visto en un año y que, aunque trabajan, están haciendo una gran diferencia. El que mis suegros me releven de la tarea de pensar qué vamos a comer o a cenar, de ir al mercado a comprar y de preocuparse de que sea una comida sana para los niños, es enorme. Las que como yo hacen una cena tras otra, saben de qué les hablo.
Además, se toman mi descanso muy en serio y van detrás de ellos cuando ven que empiezan a perseguirme para pedirme desde un pañuelo hasta un vaso de agua; duermen con ellos y, lo que más les agradezco, nos han dejado disfrutar el despertar tranquilos a la hora que nos da la gana, a sabiendas de que los niños están a buen recaudo.
Llevábamos mucho tiempo cargando a cuestas las responsabilidades parentales sin ningún tipo de ayuda. Sin nadie con quién dejarlos una tarde o sin un referente para ellos a nivel emocional, que es algo que pocas veces se considera. Todas las necesidades debían ser cubiertas por nosotros dos: emocionales, físicas, afectivas, psicológicas, académicas. Ahora hay un par de voces más por ahí. Un contraste para la pesada de su madre. Y me encanta.
Además, este ligero twist nos permite tener una convivencia más relajada con nuestros hijos. Para bien o para mal soy una persona que pone las responsabilidades por encima de los mimos y eso que a veces en lugar de verlos a ellos, vea a través de ellos. Y en estas vacaciones estoy disfrutándolos en lugar de padecerlos, o mejor dicho, en lugar de padecer la montaña de tareas que les acompaña, como una sombra de la que no son conscientes y que pone a mamá de un humor extraño.
Porque cuando los papás están relajados pueden jugar más, reírse a carcajadas, escuchar historias y contar muchos más cuentos.
Me fijo más y mejor en sus rostros, la forma en que se les arruga la nariz a los dos cuando están enfadados o sus dientes tan bonitos cuando sonríen. Me permito detenerme, agacharme y tan solo mirarlos atentamente, como quieren.
Estamos viviendo situaciones que en otras circunstancias, aisladas y pandémicas, no habrían sido graciosas, pero que aquí se han convertido ya en recuerdos que atesoraré en mi memoria. Como el otro día que mi hijo de cuatro años, que aquí se ha empeñado en ir al baño de grandes sin ayuda de nadie, organizó una inundación urinaria por culpa de un asiento mal acomodado. El accidente se podía haber evitado si me hubiera dejado ponerla en su sitio, pero se negó en redondo y tuve que regañarlo porque, además, no me dejaba hacerlo a un lado para limpiar. Se quería bajar solito y acabó empapándose los calcetines con pis.
—Pero ¿por qué no te dejas ayudar? —le dije, con tono severo— Eso no se hace. Hazte a un lado.
—¿Por qué me hablas feo? —respondió con toda la autoridad que le dan sus 112 cm de alto.
—Pues… porque mira lo que has hecho.
—¡No lo hice a propósito! No me hables mal. Estoy enojado contigo, castigada. ¡A tu cuarto! —me dijo con una claridad y una cara de enojado que me provocó un ataque de risa. Su hermana, por supuesto, rodaba en el suelo a carcajadas no sin antes asegurarse de que ya lo había limpiado todo muy bien.
—Has gritado a Javier. Estás castigada, mamá.
Que el muy chaparro se sienta con la potestad de mandarme castigada a mi cuarto me tiene sonriendo hasta la fecha. Y le ha dado pistas a la grande de cómo conseguir razonar conmigo antes de que me entre un ataque de “regañonismo”. Una situación ganadora para todos, porque además le ha permitido progresar al pequeño con el tema del baño y ya no hay accidentes. Pero sé que estando sola con ellos, agotada por el trabajo y las tareas de la casa, y por la encarnizada lucha que sostienen cada día por conseguir mi atención, no me habría hecho tanta gracia.
Quedan unos cuantos días de vacaciones antes de volver a Italia. Luego, volveré sola para mi segunda dosis de la vacuna y para hacerle compañía a #miesposo. Los niños se quedan por aquí. Incluso haremos un pequeño viaje en pareja para celebrar nuestro 13 aniversario de casados y después volveremos a Zaragoza.
Y me siento en las nubes por todo ello. Dicen que todo en esta vida es relativo y para mí el concepto de lujo ha cambiado por completo. No cambiaría estas vacaciones por nada del mundo y sé que soy muy afortunada por tener esto a la mano, aunque sea por un momento. Aunque termine con el verano.
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So true! It’s wonderful to appreciate these moments when we can. To appreciate and welcome the help from our elders when they are around so we can fully enjoy our children without that extra pressure. Great article Aldonza.
Publica por fa el nombre de la feria del libro, lugar y fecha. Veo si puedo visitarte y comprar el libro. Entretenido tu post. Bravaaaa !!!!
Muchas gracias! En el próximo post espero poder ponerles todos los detalles, desafortunadamente el libro no estará aún publicado por esas fechas pero no te preocupes que les avisaré a todos en cuanto sea posible comprarlo. Muchas gracias por el apoyo 🙂
Menos mal de los abuelos, tíos y sucedáneos postizos que asumen responsabilidades tan triviales y tan cargantes al mismo tiempo como hacer la comida o tender lavadoras… El lujo de los padres y madres es el tiempo libre, y se disfruta muuuuuchoooo más que antes.